viernes, 27 de agosto de 2010

Papa felicita a las Misioneras de la Caridad en el centenario del nacimi...

Memoria por el centenario del nacimiento de Madre Teresa de Calcuta

jueves, 26 de agosto de 2010

Lanata en Palabras + Palabras -

Una opinión a la que le prestaría atención...

lunes, 23 de agosto de 2010

Mi homilía de XXI Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C.

Una vez más, y por pedido, comparto mi homilía dominical.
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Domingo 22 de agosto de 2010.

Templo San Juan Bosco en la Misa de 12:00 (duración: 11:41)

Hoy en día, la pregunta por la salvación suele volverse intrascendente, porque estamos tan apegados al hoy, al aquí y a las cosas, que nos cuesta enormemente, mareados a veces por la inestabilidad de este mundo nuestro, como nos decía la colecta de la Misa de hoy, proyectar a futuro, y mirar un poco más allá del día a día.

Hoy, del mismo modo, son pocos los que se preguntan ¿qué va a ser de mi alma después de la muerte? Por eso de todos los días, nos olvidamos de esta pregunta trascendente, atrapados por los que pensamos, por lo que sentimos, por los que necesitamos, si comer, si vestir, si descansar en la próximas vacaciones, y así tan encerrados en este mundo, nos cuesta pensar en el otro. Ahora, es necesario pensar en el otro también, porque éste mundo, se va a acabar. Algún día, no tendremos nada de lo que tenemos, ¿y qué va a ser de nosotros? Gritaremos: ¿Y ahora, quién podrás salvarnos?, esperando que aparezca el Chapulín Colorado. Lamento decirles que no, él no vendrá a salvarnos.

Preguntarse por ese futuro, es preguntarse por la salvación, que es la pregunta que le hacen al Señor, como lo escuchamos en el Evangelio de hoy. “¿Es verdad que son pocos los que se salvan?” (Lc 13, 23). Al parecer, esta pregunta circulaba en los ambientes judíos de la época de Jesús y de los evangelistas. Así, en el "Cuarto libro de Esdras", que es una obra judía, no bíblica, de género apocalíptico, que más difusión alcanzó y la más usada por los primitivos cristianos, se lee: "Veo que en la nueva época mesiánica a pocos les llegará la alegría, y a muchos los tormentos". El que preguntaba, parece estar inquieto si él se encontraba entre esos pocos, o esos muchos. Jesús lo saca de las cantidades y lo invita a mirar otra realidad, no la cantidad, sino el modo de tomar el camino para llegar a la salvación: “Esfuércense por entrar por la puerta estrecha…” (Lc 13, 24).

Hablar de que una puerta es estrecha, angosta, nos habla ya de cierta forma de incomodidad. Quizá hemos entrado en la casa de un pobre y con dificultad agachándonos o poniéndonos de costado, hemos entrado de a uno, no de a dos o tres. Tal vez alguien fue a la Casa de Gobierno, a la Legislatura o a la casa de algún rico con puertas bien grande y ahí sí se entra de a tres, cuatro, diez, veinte… Mas Jesús nos dice… no, no vayan por las puertas anchas, vayan por la puerta angosta. Vayan por eso que representa, en la vida, el sacrificio, la renuncia, la fidelidad, la entrega, la constancia… No vayan por lo más fácil, entre por donde cuesta…

Ese es, en cierta forma, el camino del cristiano. No torturarse innecesariamente para llegar a la vida eterna, porque ya el día a día, tiene, en muchas cosas, su cuota de dificultades, más grande o más pequeña, sin necesidad de buscarse aflicciones ficticias. Estás llamado a ser muy fiel a eso que Dios te envía en lo de todo los días. Aquel que vive en la rutina del día a día, desgasta es sentido de lo futuro que necesita por el peso de sus días, la evasión. Cuánto hay, que se evaden de las responsabilidades por el alcohol, la droga, la liberación sexual o el desatino en sus acciones, porque les cuesta llevar el día a día, les atormenta ir por la puerta estrecha. Por el contrario, cuántos hay que en el día a día, aceptan con fidelidad la constancia de lo que viven en su matrimonio, amistades, estudio, trabajo, en su vocación religiosa o sacerdotal, y pasan por la puerta estrecha pero con un inmenso corazón fiel haciendo no la rutina del cotidiano, sino la fidelidad plena, porque está llena de amor y el amor hace nuevas todas las cosas. “Miren yo hago nuevas todas las cosas” (Apoc 21,5), nos va a decir, en boca de Jesús, el libro del Apocalipsis. Al que vive en Jesús, no lo agobia la rutina; al que está con Jesús, escucha la voz de Dios en lo sencillo de todos los días, y eso lo llena de alegría y paz; por el contrario, el que no está con Dios, le pesa aún lo mínimo de todos los días. Pero, entrá con esfuerzo por la puerta estrecha, que es el camino de la salvación. Te cuesta lo bueno, ¡bendito sea Dios!, pero llenalo de amor.

“Dios quiere que todos los hombres se salven…”, va a decir Pablo en la I Timoteo (I Tim 2,4), mas dentro de este “querer” de Dios, está el respeto absoluto por el “querer” del hombre. Nos ha hecho libres, y nos ha invitado a que, si te querés salvar, esforzáte, ve por la puerta estrecha.

¿Saben quiénes pasan cómodamente por la puerta estrecha?, los niños. Ellos pueden entrar por cualquier hueco, porque son pequeños. Por algo Jesús dijo: “…el Reino de los cielos es de los que se hacen como niños…” (Mt 18, 1-5), los humildes, los sencillos. Ayer me tocó palpar esta pequeñez, porque confesando a niños que realizarán próximamente su Primera Comunión, y me decía después de cada confesión: "¡Bendito Dios, guardá en la inocencia a estos niños!", porque notaba el tremendo dolor y el sincero arrepentimiento de estos niños y niñas, de las mínimas e ínfimas faltas que, para ellos, resultaban inmensa y desastrosas para sus almas; en cambio, cómo duele cuando para otros, ya adultos, grandes y “superados”, hacen cosas inmensamente dañinas y claramente malas para ellos y otros, y las consideran “nada”. No vayamos por la puerta ancha, andá por la puerta estrecha, la de los pequeños y sencillos, con fidelidad cotidiana y plena de amor, de lo que cuesta, pero te salva llenándote de la vida.

¿Saben dónde hay una puerta pequeña y estrecha para entrar?, en la Basílica de la Natividad, en Belén. La puerta pequeña y estrecha te ayuda a inclinarte, con humildad, para poder entrar, contemplar, comprender y venerar el misterio del inmenso Dios que eligió la pequeñez de la humanidad de un niño para comenzar a caminar entre nosotros y hacernos el anuncio de la salvación. Si no tenés esa actitud, no comprendés a Dios y su estilo, y no podés heredar el Reino de los Cielos. Por el contrario, en los palacios reales, estaban las puertas más grandes, para que el señor de ese reino, ingresara a caballo, esbelto y soberbio, incluso hasta su recámara para mostrar así, quién era el señor, quién mandaba, quién tenía el poder… sólo para este mundo. ¿Cuántos que se creyeron grandes, y se perdieron? ¿Cuántos que se hicieron humildes y pequeños, y se salvaron? Fijate, lo que te conviene, si te interesa la salvación.

Lo que nos conviene sí es rezar, y lo podemos hacer hoy, con aquel sencillo y pequeño poema de Miguel de Unamuno que dice:

Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar;
la hiciste para los niños.
yo he crecido, a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad,
vuélveme a la edad bendita
en que vivir es soñar.

Que María, la Reina del Cielo, con su caricia maternal nos recuerdo todos los días que somos sus pequeños hijos, para que, con su auxilio y de su mano, podamos entrar al Reino por la puerta estrecha. Amén.

viernes, 6 de agosto de 2010

Homilía de 18° Domingo del Tiempo Ordinario.

Transcribo, con sencillez, mi homilía, de la Misa de 12:00, de este 18° Domingo (1° agosto 2010), en el Templo "San Juan Bosco" de Mendoza. Trataré de continuar, por pedido e insistencia de muchos.
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No debemos perder de vista que, Domingo a Domingo, vamos caminando tras Jesús.

Él, en el capítulo 9 de Lucas, ya vamos por el capítulo 12, decía: "...se encaminó decididamente a Jerusalén..." (Lc 9, 51). "Decididamente...", estaba dispuesto a afrontar la voluntad del Padre, que era dar la vida. Los discípulos iban con Él. Hoy, somos nosotros los discípulos que debemos ir tras Jesús, para también, "decididamente", cumplir la voluntad salvífica del Padre, para nosotros y el mundo entero. Ahora, esa "decisión", tiene Domingo tras Domingo, diversas enseñanzas. Este Domingo tiene una enseñanza muy concreta: Dios y las cosas; Dios y "las riquezas" (Lc 12, 21), como dice el Evangelio; Dios, y los bienes materiales.

El Libro del Eclesiastés, en la primera lectura de hoy, comenzaba diciendo: "¡Vanidad, pura vanidad!, dice el sabio Qohélet. ¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad!..." (Ecl 1, 2). Comienza viendo, toda la realidad, bajo este signo, el signo de la "vanidad". Todo lo que hay es vano, todo lo que existe, no vale; pero, ¿en vista a qué "no vale"? Nada vale en vista a la Vida Eterna. Si hay que llegar a una meta, dónde no va a traspasar nada de lo material, entonces no conviene aferrarse a nada de lo material de este mundo. Si vamos a una Casa, en donde vamos a vivir de lo espiritual y el amor, entonces vale atesorar en este mundo, lo espiritual y el amor. Si vamos a un lugar donde no van a valer las riquezas, entonces vale descubrir, en dónde están las verdaderas riquezas de este mundo. No hay que ser "insensato" (v. 20), sino "rico" (v. 21) a los ojos de Dios.

Entonces, ¿qué pasa con "las cosas"? Por ahí, tenemos ejemplo sobrado de cómo lo mucho, lo mucho en dinero, lo mucho en posesiones, lo mucho en cosas, extravía el corazón de los hombres, al punto de que, nos dice San Pablo, en la segunda lectura "... hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal:.. ...también la avaricia, que es un forma de idolatría" (Col 3, 5). Cuando uno pone el corazón en las cosas, termina desplazando, del mismo, a Dios.

El Libro de los Proverbios, advertía esta experiencia, tanto es así que un sabio, en su súplica decía "... no me des ni pobreza ni riqueza, dame la ración necesaria, no sea que, al sentirme satisfecho, reniegue y diga: ¿Quién es el Señor?, o que, siendo pobre, me ponga a robar y atente contra el nombre de mi Dios" (Prov 30, 8-9). Entonces, el todo o la nada; y nuestro corazón, ante lo que considera "todo" o "nada". ¿En dónde están nuestras "seguridades"?.

El Evangelio nos dice que el único que salva, es Dios. Las riquezas y todo lo demás es, para la Palabra, "¡vanidad!". Por eso, ponerse a juntar cosas, solamente, por las mismas cosas, es "vano". En el original hebreo, la palabra "vano", se dice "habel", y quiere decir, "viento", "lo que pasa", "lo que hoy es y al rato no es", "lo que desaparece", "el aire"; así como hoy está "este aire", mañana ya no está "este aire". Dicho en buen criollo, es juntar cosas "al cuete". Hay cosas que no sirven para nada. De hecho, uno lo puede tener todo, pero, no tiene "salud", y... no tiene "nada"; uno puede tener autos y casas, pero, no tener "amor", y... no tiene "nada"... ¡Nada!

Entonces, otra vez: ¿Dónde ponés tu corazón? ¿Cuáles son tus seguridades? Lo material..., no te va a llevar a nada. Te puede, sí, brindar algunas tranquilidades, para "ahora", pero el "todo", no es el "ahora", el todo, será, después, y al después, no vas a ir con los bolsillos llenos, porque ya no vas a tener bolsillos, sino, lo que guardaste en el corazón. Y si con el corazón fuiste generoso, allá, van a ser generoso con vos; si fuiste avaro, tuviste "otro dios", no tendrás la salvación del verdadero Dios, porque ya elegiste a "otro dios"; a "otro" has estado adorando.

Por eso, hoy, Jesús nos dice: ¡Guarda con los bienes de este mundo! Si "muchos", más todavía. ¡Cuidado, cuidado! Porque eso no da la verdadera felicidad, no da la bienaventuranza. En cualquier momento, te pueden decir: "Bueno. Listo. ¡Vamos!", y..., ¿para quién a va ser todo lo que has acumulado? ¿Para quién? Atentos a llenar el corazón, y no buscar, afanosamente, vivir para llenar los bolsillos. Aún los bolsillos llenos, no te van a comprar aquello. Lo que te va a comprar aquello, es el corazón lleno. Y el corazón se llena, cuánto más se da; el corazón se llena cuanto más se comparte, el corazón se llena cuanto más se entrega, llámese dinero, llámese tiempo, llámese salud, llámese vida. Porque decía S. Francisco de Asís: "...dando, es como se recibe; perdiendo, es como se encuentra; muriendo, es como se resucita a la vida eterna". Por tanto, atentos: si seguimos a Jesús, él tiene que ser el todo. No te va a dar la seguridad, la marquita en el bolsillo de atrás de tu jean; ni el logo que tenés bordado en la camisa, remera, cárdigan o buzo; tampoco la marca en el contra cuello de tu sobretodo, tapado o campera. Lo que te va a dar la vida eterna es, la "marquita" que te quedó en el corazón cuando en el Bautismo, te dijo el Padre del Cielo: "¡Este es mi hijo muy amado!"; la "marquita" que tenés en el corazón y que es una cruz de muerte y vida, una cruz de gloria y de amor. ¡Eso te va a salvar!

Este fin de semana, los ministros ordenados de la Iglesia, debimos cambiar el tomo del Breviario, es decir, del libro de las oraciones cotidianas que hacemos por el Pueblo de Dios y el mundo. Revisando el Tomo IV, encontré algo que para mí es "herencia materna", algo que me quedó de mi mamá. No es dinero, ni bienes, ni cosas, es un pequeño manuscrito de mamá, al final de una carta escrita por papá. Lo guardo como un tesoro, porque sé que eso es, todo y sólo amor. Dice así, la esquelita:"¡Feliz día del niño!, sí porque ustedes es mi niñito". Eso es "todo", eso es "herencia" porque es "amor". No es dinero en un banco, es un mini manuscrito, escrito con el corazón.

Allá, nos van a pedir eso, lo del corazón, no lo de los bolsillos. ¡Amar, amar, amar con todo el corazón! Eso nos va a abrir las puertas del Cielo. Amén.

domingo, 1 de agosto de 2010

18. ser ricos en orden a Dios

Una completa presentación del Evangelio de este Domingo, para tener muy en cuenta. ¡Bendiciones!