viernes, 21 de junio de 2013

Miguel Magone, Don Bosco y la luna...

Viendo la luna, y lo que esta despierta, me vino a la memoria una anécdota de Miguel Magone junto a Don Bosco, al mirar la luna. Les traigo aquí un texto completo que nos habla de la pedagogía de Don Bosco para con Miguel Magone que encierra esa anécdota de su llanto al mirar una noche, la luna.

Don Bosco entra en la vida de Miguel sin miedo, toma su mano y activa en él, el dinamismo típico del Sistema Preventivo que hace crecer los jóvenes “desde dentro”, los anima con alegría y satisfacción al bien, hace tomar consciencia de los riesgos que se corren perseverando en el camino equivocado y prepara para el futuro a través de una sólida formación de carácter y de conciencia. En la escuela de Don Bosco y bajo la mirada paternal, a través de la práctica perseverante de los pequeños ejercicios fáciles y agradables de la vida de oración, de estudio y de caridad, Miguel llega a un maravilloso grado de perfección. Don Bosco de hecho está convencido que "el esplendor de la virtud de la que hablamos puede oscurecerse y perderse con cada pequeño soplo de tentación, por lo que cualquier pequeña cosa que contribuya a conservarla, debe tenerse en gran estima". Expresión típica de esta pedagogía y preocupación educativa fueron los famosos "siete policías de María", consejos que Miguel confiesa a un compañero con el fin de preservar la virtud de la pureza, invitándole a leerlos y practicarlos.

Este espíritu de viva fe, alimentado por una devoción filial a María, estaba unido “a una caridad más laboriosa hacia sus compañeros. Él sabía que el ejercicio de esta virtud es el medio más eficaz para acrecentar en nosotros el amor de Dios. Esta máxima la practicaba en todas las pequeñas oportunidades". Miguel como chico de la calle, pendenciero y violento, se convierte en animador de recreación, consuelo de los compañeros afligidos, trabajador de la paz y la reconciliación. Esta práctica de la caridad concreta y activa, lo lleva a construir verdaderas amistades, que ayudan a sus compañeros a liberarse de engaños fáciles, a reconstruir relaciones abiertas y sinceras con los padres y maestros, a vivir una cotidianidad alegre y laboriosa.

Miguel madura la conciencia de haber faltado en el amor de Dios y de no ser obediente a su voluntad: "Yo lloro al mirar a la luna que desde hace tantos siglos se presenta regularmente para iluminar la oscuridad de la noche, sin jamás desobedecer las órdenes del Creador, mientras que yo que soy tan joven, yo que soy inteligente,  que debería ser fiel a las leyes de mi Dios, he desobedecido muchas veces y de muchas maneras le he ofendido". Esta conciencia lo llevará en la hora de la muerte a enviar, a través de Don Bosco, un mensaje a su madre, como última voluntad de reconciliación y de paz: "Sí, dile a mi madre, que me perdone todas las penas que le he dado en mi vida. Lo siento. Dile que la quiero; que tenga valentía para perseverar en el bien, que yo muero tranquilo; que parto del mundo con Jesús y con María y voy a esperarla en el paraíso".

Miguel Magone era huérfano de padre. Cuando encontró por primera vez a Don Bosco en la estación de Carmagnola oyó que se le recomendaba: "Esta noche haz una ferviente oración a nuestro Padre que está en los cielos; ora de corazón, espera en él, proveerá para mí, para ti y para todos". El "Padre Nuestro", de Miguel Magone, dicho con el corazón, reveló el amor providencial de Dios a través del carisma de Don Bosco.